ARTICULO |
1 SEPTIEMBRE 2011 – Número 4 |
Antonio Lopez o el triunfo del miedo
"Una obra nunca se acaba, sino que se llega al límite de las propias posibilidades"

Por Pilar Baselga para La Independiente Digital
Cuando a principios del siglo XX la ciencia informaba de la estructura atómica de la materia, algunos artistas geniales, como Kupka, Kandinsky, Mondrian y Klee, vieron sus creencias tambalearse hasta los cimientos y cuestionaron profundamente el sentido de su pintura[1]. Si toda la materia está formada por átomos cuyos electrones giran a velocidades de vértigo y son en su 99% vacío, pintar una botella sobre una mesa, un paisaje o un retrato como lo ven nuestros ojos es un fraude, o una hazaña sin interés.
Kandinsky reconoció incluso que aquel descubrimiento había sido para él una “hecatombe”[2] que le hundió en una profunda crisis de la que salió un tiempo después diciendo “sólo la música puede salvarme”[3]. A partir de ese momento buscó que su pintura sonara como la música.
Así, la pintura abstracta nació por el descubrimiento de que lo que vemos no es más que UNA y muy limitada manera de percibir la realidad, realidad que es multidimensional e invisible a los ojos físicos del ser humano.
El segundo paso fue dado con el Surrealismo, cuando el psicoanálisis puso en evidencia la importancia del inconsciente en la creatividad. Los surrealistas entendieron que la mente es como un iceberg del cual tan sólo vemos el 10% que emerge, el consciente, manteniendo sumergido e invisible el 90% de la creatividad que yace en el inconsciente, espacio en el que rige la libertad o el caos, según cómo se mire. Los surrealistas se lanzaron pues a la conquista de las imágenes que no están sometidas a la lógica, las normas morales o el buen gusto.
Hijo de estas dos revoluciones Paul Klee diría “el arte no representa lo visible. Hace visible lo invisible”.
Dos descubrimientos científicos, la física cuántica y el psicoanálisis, están pues en el origen del arte del siglo XX.
Este breve resumen de los inicios de la Modernidad me sirve de introducción al tema anunciado en el título: la obra de Antonio López configura un ejemplo paradigmático del triunfo del miedo en el arte y en la sociedad actual. Es un pintor anti-moderno, que hace visible lo visible.
Cuando a principios del siglo XX la ciencia informaba de la estructura atómica de la materia, algunos artistas geniales, como Kupka, Kandinsky, Mondrian y Klee, vieron sus creencias tambalearse hasta los cimientos y cuestionaron profundamente el sentido de su pintura[1]. Si toda la materia está formada por átomos cuyos electrones giran a velocidades de vértigo y son en su 99% vacío, pintar una botella sobre una mesa, un paisaje o un retrato como lo ven nuestros ojos es un fraude, o una hazaña sin interés.
Kandinsky reconoció incluso que aquel descubrimiento había sido para él una “hecatombe”[2] que le hundió en una profunda crisis de la que salió un tiempo después diciendo “sólo la música puede salvarme”[3]. A partir de ese momento buscó que su pintura sonara como la música.
Así, la pintura abstracta nació por el descubrimiento de que lo que vemos no es más que UNA y muy limitada manera de percibir la realidad, realidad que es multidimensional e invisible a los ojos físicos del ser humano.
El segundo paso fue dado con el Surrealismo, cuando el psicoanálisis puso en evidencia la importancia del inconsciente en la creatividad. Los surrealistas entendieron que la mente es como un iceberg del cual tan sólo vemos el 10% que emerge, el consciente, manteniendo sumergido e invisible el 90% de la creatividad que yace en el inconsciente, espacio en el que rige la libertad o el caos, según cómo se mire. Los surrealistas se lanzaron pues a la conquista de las imágenes que no están sometidas a la lógica, las normas morales o el buen gusto.
Hijo de estas dos revoluciones Paul Klee diría “el arte no representa lo visible. Hace visible lo invisible”.
Dos descubrimientos científicos, la física cuántica y el psicoanálisis, están pues en el origen del arte del siglo XX.
Este breve resumen de los inicios de la Modernidad me sirve de introducción al tema anunciado en el título: la obra de Antonio López configura un ejemplo paradigmático del triunfo del miedo en el arte y en la sociedad actual. Es un pintor anti-moderno, que hace visible lo visible.
Con paciencia y amor insiste en pintar una y otra vez lo que todos vemos. Decía el artista que, tras su etapa de realismo mágico, se dio cuenta que “le bastaba con lo real”. La nevera, el baño, la ventana, el membrillo y las vistas de Madrid componen la iconosfera de uno de los pintores contemporáneos de más éxito público y comercial. Existe una indudable ternura en la dedicación minuciosa y la entrega casi monacal a su trabajo, pero no puedo olvidar todo lo anteriormente dicho: lo que pinta López sólo es lo que vemos, no es la realidad.
A lo largo de los años, sus dibujos pasan de un sutil difuminado a contornos más definidos y marcados, como si la nitidez del contorno le diera seguridad, como si quisiera sujetar la materia aleatoria del membrillo sobre el papel, para evitar que se descomponga y muera, para impedir que se funda con el universo.
López tarda años en pintar sus lienzos y a veces solicita a los coleccionistas que le dejen retocar las obras años después.
A las antípodas de los modernos Monet, Miró o Rothko, López cree en la Academia, en la tradición clásica y en la nitidez de lo visible. Cuánto empeño en negar el tiempo, cuánta obsesión por evitar el continuo cambio, por anular el perpetuo movimiento de todas las cosas.
El miedo al cambio nos hace conservadores y preferir lo establecido como norma a lo nuevo y desconocido. Agarrado firmemente a la barandilla de la tradición, López y su público prefieren quedarse con lo que se ve, “porque se ve lo que es”. Sin embargo cuánto engaño hay pues está negando una verdad, incuestionable hace ya más de un siglo: lo que vemos es una falacia, la materia es energía, la energía es materia cuyo 99% es vacío, y esto es así, aunque no lo podamos ver.
Paradójicamente, cuando Antonio López pinta lo real, está pintando un mero sueño, una ilusión. Por eso sigue siendo, sin saberlo, un pintor del realismo mágico.
[1]BOCOLA, Sandro, El arte de la modernidad, Ed. Del Serbal, pp.235-254.
[2]Golding, John, Caminos de lo absoluto, Turner, Fondo de Cultura europea, 2003.
[3]Carta del 7 de julio de 1907, Hahl-Koch, Jelena, Kandinsky, Nueva York, 1993, p. 113.
[4]Guillermo Solana, presentación de la exposición, 18 julio 2011.
.
Comparte: