ARTICULO |
1 NOVIEMBRE 2011 – Número 6 |
Todo es mentira – tercera parte
Presentamos este incisivo y revelador trabajo, un compendio de los ámbitos inundados por la mentira por diseño. En este número ofrecemos la tercera parte: "Sobre la cultura".
Escrito por José Ortega 2010©

Empezando el mes de Septiembre y durante las siguientes cuatro entregas, publicamos los cinco capitulos de esta obra. Con el capítulo final, que se publicará en Enero 2012, enviaremos a tod@s nuestr@s subscriptor@s la obra completa en formato pdf. Todo es mentira consta de los siguientes capítulos:
- Sobre la libertad política.
- Sobre la sociedad.
- Sobre la cultura.
- Sobre el dinero.
- Análisis.
III- Sobre la cultura
COCINA DE AUTOR
Tomad cualquier libro de nutrición consciente y leeréis el mismo mensaje: Nuestro cuerpo no puede asimilar las moléculas sintéticas de los agentes químicos artificiales, ni obtener utilidad alguna de la comida procesada, desnaturalizada y desprovista de nutrientes. Si usted quiere vivir sano, debe comer la comida del paleolítico, esto es, alimentos simples, la mayoría crudos y sobre todo sin procesar. Una interesante consigna dice: Si fue hecho por la mano del hombre, no lo coma.
Tomad cualquier libro de nutrición consciente y leeréis el mismo mensaje: Nuestro cuerpo no puede asimilar las moléculas sintéticas de los agentes químicos artificiales, ni obtener utilidad alguna de la comida procesada, desnaturalizada y desprovista de nutrientes. Si usted quiere vivir sano, debe comer la comida del paleolítico, esto es, alimentos simples, la mayoría crudos y sobre todo sin procesar. Una interesante consigna dice: Si fue hecho por la mano del hombre, no lo coma.

Veamos ahora lo que somos capaces de hacer al respecto en el siglo XXI. No solamente la industria agroalimentaria nos harta de comida procesada y sin nutrientes. El sistema, en lo que parece un intento diseñado para legitimar esa práctica, va más allá. Ha creado referentes culturales falsos pero con intenso poder de convencimiento gracias al aparato de propaganda, a través de la moderna cocina de diseño, basada en platos totalmente artificiales que mezclan alimentos desnaturalizados y rebosantes de química sin tener en cuenta las reglas más elementales de la combinación de los nutrientes.
Dejemos al margen la conocida recomendación de no mezclar proteínas con hidratos de carbono. Lo que hacen estos cocineros de moda, mimados por el sistema y transformados en referentes culturales, es demostrar una ignorancia brutal de la ciencia de la nutrición al mezclar alimentos incompatibles entre sí, desnaturalizar los ingredientes e incorporar un sinfín de productos químicos para obtener fines puramente aparentes, desconexionados del con- cepto de alimentación y desde luego infantiles, tales como efectos especiales en el color, el sabor o la textura de lo que comemos.
Los medios de comunicación del sistema se han volcado en la promoción de ese fenómeno y lo difunden con mucha simpatía como si fuera un bien social, sugiriendo de forma indirecta que comer alimentos simples y poco procesados es aburrido, poco culto y si acaso delicadamente campesino. Pero si esas prácticas modernas son contrarias a los principios más elementales de una alimentación saludable ¿Quién ha decidido que están bien? ¿Qué autoridad, tribunal, comisión o experto ha dispuesto que la nueva cocina de diseño es un bien social en lugar de un serio peligro para la salud humana? ¿Se trata acaso de una decisión espontánea de la prensa que tanto ensalza a estos supercocineros?
Lo han decidido ellos, nuestros dueños invisibles. Hocart, el antropólogo británico, sistematizó sabiamente el concepto de esnobismo como motor del cambio social dirigido. Este principio se expresa más o menos así: Si quieres que la sociedad cambie sus hábitos, procura que los cambien primero sus líderes naturales o las personas a las que la sociedad tiene como referentes. El resto los seguirá muy convencido. El imperio británico empleó este sistema con gran eficacia para cambiar las convicciones religiosas de la población de sus colonias en India. Primero convertía a los reyes locales y después todo venía rodado.
De conformidad con esa estrategia, el sistema está creando líderes sociales que actúan como pretendidos modelos de conducta y que proponen un modo totalmente erróneo e insalubre de comer, trasladando a la sociedad la creencia de que hacer eso es de buen tono. Con ello se da sanción cultural a lo que hasta ahora se había limitado a una práctica industrial indebida.
Dejemos al margen la conocida recomendación de no mezclar proteínas con hidratos de carbono. Lo que hacen estos cocineros de moda, mimados por el sistema y transformados en referentes culturales, es demostrar una ignorancia brutal de la ciencia de la nutrición al mezclar alimentos incompatibles entre sí, desnaturalizar los ingredientes e incorporar un sinfín de productos químicos para obtener fines puramente aparentes, desconexionados del con- cepto de alimentación y desde luego infantiles, tales como efectos especiales en el color, el sabor o la textura de lo que comemos.
Los medios de comunicación del sistema se han volcado en la promoción de ese fenómeno y lo difunden con mucha simpatía como si fuera un bien social, sugiriendo de forma indirecta que comer alimentos simples y poco procesados es aburrido, poco culto y si acaso delicadamente campesino. Pero si esas prácticas modernas son contrarias a los principios más elementales de una alimentación saludable ¿Quién ha decidido que están bien? ¿Qué autoridad, tribunal, comisión o experto ha dispuesto que la nueva cocina de diseño es un bien social en lugar de un serio peligro para la salud humana? ¿Se trata acaso de una decisión espontánea de la prensa que tanto ensalza a estos supercocineros?
Lo han decidido ellos, nuestros dueños invisibles. Hocart, el antropólogo británico, sistematizó sabiamente el concepto de esnobismo como motor del cambio social dirigido. Este principio se expresa más o menos así: Si quieres que la sociedad cambie sus hábitos, procura que los cambien primero sus líderes naturales o las personas a las que la sociedad tiene como referentes. El resto los seguirá muy convencido. El imperio británico empleó este sistema con gran eficacia para cambiar las convicciones religiosas de la población de sus colonias en India. Primero convertía a los reyes locales y después todo venía rodado.
De conformidad con esa estrategia, el sistema está creando líderes sociales que actúan como pretendidos modelos de conducta y que proponen un modo totalmente erróneo e insalubre de comer, trasladando a la sociedad la creencia de que hacer eso es de buen tono. Con ello se da sanción cultural a lo que hasta ahora se había limitado a una práctica industrial indebida.
"¿Quién guía la mano del periodista cuando engrandece hasta la genialidad una escultura informe hecha de tostadas? ¿Quién decide tornar lo trivial en genial y la nada en lo único que merece atención?"
"Fijemos por un instante los ojos en el pasado para comprobar cómo el arte de cada época ha sido un espejo de su sistema de valores"
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Los medios de comunicación del sistema se lanzan alborozados a informar sobre el taller de cocina de diseño del cocinero Don Fulanito, donde unos jóvenes venidos de diversos países usan sopletes para calentar tubos metálicos en cuyo interior se ha introducido una comida que luego cambiará de consistencia, manipulan alimentos que pasan espontáneamente del azul al verde, preparan bocados que explotan en la boca o transforman champiñones en postre introduciéndolos en nitrógeno líquido. Estas prácticas están a medio camino entre el laboratorio del doctor Frankenstein y un taller de mecánica y no guardan mucha relación con lo que se hace en una cocina.
Se nos señala así el camino correcto. Mediante esta propaganda del sistema, las estafas a la salud creadas por la industria se transforman de pronto no ya en un status quo con sentimiento de culpa, sino en el modo de proceder propio de una sociedad civilizada. Como saben los historiadores de las religiones (y en particular García López, mi profesor de mitología griega), el mito y el rito suelen ir unidos. No hay ritual budista sin Buda ni ritual cristiano sin Cristo. En esta adaptación moderna, creados están el rito (el hecho de comer basura química) y el mito (cocineros de vanguardia, o, mejor un cocinero de vanguardia a quien la propaganda del sistema diviniza con el ridículo pero legendario título de mejor cocinero del mundo). El sistema ha creado unos falsos héroes para servir, aunque sea inconscientemente, al fin perverso de la aceptación social de la química en la comida y de la desnaturalización de los alimentos. De esta manera se da sanción cultural a lo que no es más que un negocio inmenso y deshonesto. |
CULTURA VACIA
A mi parecer, todo proceso cultural lleva aparejada la inteligencia y es muy probable que desemboque en el pensamiento crítico o en una visión crítica de la realidad y en el hallazgo de soluciones creativas. Los procesos culturales nos han llevado a adaptarnos con éxito a situaciones nuevas, desde el uso del primer instrumento hasta la actualidad.
En nuestros días, el concepto de cultura está no sólo estancado sino también desnaturalizado. El sistema, con la ayuda del Estado, que a golpe de subvención, selecciona, filtra, desnaturaliza y suplanta la auténtica cultura (al menos en parte), ha promocionado y aupado a los altares a un cuadro completo de falsos referentes culturales casi en cada campo de la creación artística o intelectual, no sólo la cocina de diseño. Estas referencias y modelos culturales comparten como elemento común el hecho estar vacíos de contenido. No ya de un posible contenido crítico o social, sino de cualquier tipo de contenido. Esa pretendida cultura se agota en las formas, pretendiendo que la elaboración cultural termine ahí y no pueda ir más allá mediante la aportación de un significado. Claro que el Estado se limita a ayudar, no es el culpable. Es algo que está en el ambiente y crece por doquier, alimentado no sólo por los apoyos públicos, sino también por el mercado. En cualquier caso, creo que estas formulaciones, aún bajo su apariencia de espontaneidad, tienen por objeto ocupar el espacio de la auténtica cultura, que es o suele ser crítica, invitar a la reflexión y movilizar cambios.
Un modisto que propone trajes propios de marcianos que nadie llevará nunca, un escultor abstracto que forja una cosa carente de forma, un pintor que se limita a clavar chapas metálicas en un lienzo o un artista conceptual que llena una piscina de café con leche sólo para reflexionar sobre su textura, no sólo no aportan nada al mundo de las ideas sino que colaboran con el sistema en su empeño de que los sectores sociales interesados por la cultura aparten la atención de lo importante. Y lo hacen de una forma especialmente perversa, ya que el sistema les ha otorgado el carácter de cultura oficial, y en consecuencia los medios de comunicación engrandecen estas naderías y consiguen convencernos de que la cultura es eso, y que eso, una piscina llena de café con leche, es todo lo que cabe esperar.
A mi parecer, todo proceso cultural lleva aparejada la inteligencia y es muy probable que desemboque en el pensamiento crítico o en una visión crítica de la realidad y en el hallazgo de soluciones creativas. Los procesos culturales nos han llevado a adaptarnos con éxito a situaciones nuevas, desde el uso del primer instrumento hasta la actualidad.
En nuestros días, el concepto de cultura está no sólo estancado sino también desnaturalizado. El sistema, con la ayuda del Estado, que a golpe de subvención, selecciona, filtra, desnaturaliza y suplanta la auténtica cultura (al menos en parte), ha promocionado y aupado a los altares a un cuadro completo de falsos referentes culturales casi en cada campo de la creación artística o intelectual, no sólo la cocina de diseño. Estas referencias y modelos culturales comparten como elemento común el hecho estar vacíos de contenido. No ya de un posible contenido crítico o social, sino de cualquier tipo de contenido. Esa pretendida cultura se agota en las formas, pretendiendo que la elaboración cultural termine ahí y no pueda ir más allá mediante la aportación de un significado. Claro que el Estado se limita a ayudar, no es el culpable. Es algo que está en el ambiente y crece por doquier, alimentado no sólo por los apoyos públicos, sino también por el mercado. En cualquier caso, creo que estas formulaciones, aún bajo su apariencia de espontaneidad, tienen por objeto ocupar el espacio de la auténtica cultura, que es o suele ser crítica, invitar a la reflexión y movilizar cambios.
Un modisto que propone trajes propios de marcianos que nadie llevará nunca, un escultor abstracto que forja una cosa carente de forma, un pintor que se limita a clavar chapas metálicas en un lienzo o un artista conceptual que llena una piscina de café con leche sólo para reflexionar sobre su textura, no sólo no aportan nada al mundo de las ideas sino que colaboran con el sistema en su empeño de que los sectores sociales interesados por la cultura aparten la atención de lo importante. Y lo hacen de una forma especialmente perversa, ya que el sistema les ha otorgado el carácter de cultura oficial, y en consecuencia los medios de comunicación engrandecen estas naderías y consiguen convencernos de que la cultura es eso, y que eso, una piscina llena de café con leche, es todo lo que cabe esperar.

Es cierto que la pintura comenzó a tender a los modos no figurativos nada más inventarse la fotografía en 1820. Según una teoría, ese fenómeno forma parte del intento de los creadores de escapar al mercado del arte, es decir, de impedir que la obra artística tenga valor económico y quede atrapada en un ciclo comercial. Los artistas dadá que recortaban trocitos de papel y los dejaban caer sobre un lienzo o cartón, estaban, según esa teoría, tratando de hacer arte no sometido a galerías ni a marchantes. La teoría en cuestión reconoce también la paradoja de que ese arte se ha transformado en el arte oficial de nuestro tiempo. Coincido: El sistema lo puede todo y ha conseguido no sólo que la obra carente de significado aprehensible tenga efectivamente valor de mercado, sino también cerrar el paso a todo artista que pueda presentar una obra con significado, con intención o simplemente con contenido.
¿Cómo se consigue este alarde de ingeniería social? De nuevo explotando la fórmula del esnobismo: Pon a los notables a interesarse por esas obras de arte y a los periodistas de la sección de cultura a hacer críticas favorables, y una parte del cuerpo social, ansioso por estar a la moda, se dejará llevar dócilmente mientras que el resto tendrá que aceptar la situación.
Una vez más la pregunta: ¿Quién ha decidido que todas esas manifestaciones son un bien social relevante o tienen validez como obra de arte o producto cultural? ¿Quién guía la mano del periodista cuando engrandece hasta la genialidad una escultura informe hecha de tostadas? ¿Quién decide tornar lo trivial en genial y la nada en lo único que merece atención? O más aún:
¿Quién decide qué obra es la mejor de entre todas las que carecen de contenido? Respeto mucho a todos, incluyendo a estos creadores. Desde este respeto, me pregunto quién ha decidido que la obra de Miguel Barceló tiene más valor artístico y cultural que la de cualquier otro que nos proponga formas abstractas semejantes las suyas. Es absolutamente imposible para el hombre común encontrar una distinción o adivinar los criterios que se manejan para decidir qué obra se cotizará por millones y qué otra no vale más que el lienzo sobre el que está hecha. Y lo es porque, como dejó escrito José Ortega y Gasset, ese arte está deshumanizado:
¿Cómo se consigue este alarde de ingeniería social? De nuevo explotando la fórmula del esnobismo: Pon a los notables a interesarse por esas obras de arte y a los periodistas de la sección de cultura a hacer críticas favorables, y una parte del cuerpo social, ansioso por estar a la moda, se dejará llevar dócilmente mientras que el resto tendrá que aceptar la situación.
Una vez más la pregunta: ¿Quién ha decidido que todas esas manifestaciones son un bien social relevante o tienen validez como obra de arte o producto cultural? ¿Quién guía la mano del periodista cuando engrandece hasta la genialidad una escultura informe hecha de tostadas? ¿Quién decide tornar lo trivial en genial y la nada en lo único que merece atención? O más aún:
¿Quién decide qué obra es la mejor de entre todas las que carecen de contenido? Respeto mucho a todos, incluyendo a estos creadores. Desde este respeto, me pregunto quién ha decidido que la obra de Miguel Barceló tiene más valor artístico y cultural que la de cualquier otro que nos proponga formas abstractas semejantes las suyas. Es absolutamente imposible para el hombre común encontrar una distinción o adivinar los criterios que se manejan para decidir qué obra se cotizará por millones y qué otra no vale más que el lienzo sobre el que está hecha. Y lo es porque, como dejó escrito José Ortega y Gasset, ese arte está deshumanizado:

En él no hay nada de nosotros ni nada que podamos compartir. Y de nuevo son esas misteriosas manos que manipulan y deciden, quienes han subido a los altares a determinados creadores para continuar poniendo en práctica la formulación de que no hay rito sin mito.
Fijemos por un instante los ojos en el pasado para comprobar cómo el arte de cada época ha sido un espejo de su sistema de valores. En Mesopotamia y Egipto se representaba con insistencia a los dioses porque el hombre vivía atemorizado por ellos.
La Grecia del siglo V se fijaba en la belleza del cuerpo humano como corresponde a una sociedad racional que ideó la formulación de que no es posible una mente sana sin un cuerpo sano y lo puso en
práctica a través de los juegos olímpicos, píticos y nemeos.
Fijemos por un instante los ojos en el pasado para comprobar cómo el arte de cada época ha sido un espejo de su sistema de valores. En Mesopotamia y Egipto se representaba con insistencia a los dioses porque el hombre vivía atemorizado por ellos.
La Grecia del siglo V se fijaba en la belleza del cuerpo humano como corresponde a una sociedad racional que ideó la formulación de que no es posible una mente sana sin un cuerpo sano y lo puso en
práctica a través de los juegos olímpicos, píticos y nemeos.

La Grecia del siglo V se fijaba en la belleza del cuerpo humano como corresponde a una sociedad racional que ideó la formulación de que no es posible una mente sana sin un cuerpo sano y lo puso en práctica a través de los juegos olímpicos, píticos y nemeos.
En la Edad Media la pintura nos muestra escenas bíblicas porque la sociedad se pasaba la vida rezando. En el Renacimiento se pintaron escenas mitológicas como expresión del renacer de la racionalidad clásica. El romanticismo nos proporcionó paisajes tenebrosos y crepusculares en el marco de un movimiento que impregnó los gustos del siglo XIX con ideas en todos los órdenes, desde la política, con los nacionalismos, hasta la literatura con su gusto por calaveras y cementerios y la Filosofía del Derecho, con proposiciones como las de Savigny cuando hablaba del Derecho como expresión del genio del pueblo.
En la Edad Media la pintura nos muestra escenas bíblicas porque la sociedad se pasaba la vida rezando. En el Renacimiento se pintaron escenas mitológicas como expresión del renacer de la racionalidad clásica. El romanticismo nos proporcionó paisajes tenebrosos y crepusculares en el marco de un movimiento que impregnó los gustos del siglo XIX con ideas en todos los órdenes, desde la política, con los nacionalismos, hasta la literatura con su gusto por calaveras y cementerios y la Filosofía del Derecho, con proposiciones como las de Savigny cuando hablaba del Derecho como expresión del genio del pueblo.

Cierto es, entonces, que la pintura de cada época ha reflejado lo que había en la mente no sólo de los creadores, sino también de los ciudadanos. Comparemos ese proceso histórico con lo que podemos ver en nuestros días y, a vista del arte contemporáneo, respondamos a la pregunta de qué es lo que hay en nuestras mentes. La respuesta es fácil: Nada. La nada que el sistema tiene reservada para nosotros. El arte sigue siendo aún hoy un espejo del espíritu humano de la época.
LITERATURA VACÍA
El progreso de las ideas ha ido tradicionalmente de la mano de la literatura. Los escritores nos transmiten con sus historias reflexiones e ideas. Toda historia de ficción es una forma indirecta de decirnos algo importante y esto ha sido así desde que los sumerios inventaron la escritura cuneiforme, en el tercer milenio a JC. La primera obra literaria de la Humanidad, el mito de Gilgamesh, ensalza la amistad, retrata la angustia ante la muerte y describe el ansia de inmortalidad en un texto que resulta ser mucho más que un relato.
La historia de la literatura comprende también una serie de obras consideradas menores por contener aventuras y poco más. Entre sus autores se cuentan los clásicos juveniles y escritores como Alejandro Dumas o Julio Verne.
El progreso de las ideas ha ido tradicionalmente de la mano de la literatura. Los escritores nos transmiten con sus historias reflexiones e ideas. Toda historia de ficción es una forma indirecta de decirnos algo importante y esto ha sido así desde que los sumerios inventaron la escritura cuneiforme, en el tercer milenio a JC. La primera obra literaria de la Humanidad, el mito de Gilgamesh, ensalza la amistad, retrata la angustia ante la muerte y describe el ansia de inmortalidad en un texto que resulta ser mucho más que un relato.
La historia de la literatura comprende también una serie de obras consideradas menores por contener aventuras y poco más. Entre sus autores se cuentan los clásicos juveniles y escritores como Alejandro Dumas o Julio Verne.

Estos autores están excluidos de la literatura que se considera importante porque carecen de toda intención de contarnos nada que no sea una historia entretenida. Hace años que el mercado editorial es rehén de un género llamado intriga cultural, formado por un torrente de novelas sobre códigos secretos, talismanes escondidos y círculos ocultos de sabiduría. Al margen de lo que ese éxito comercial pueda sugerir en relación al vacío espiritual y a la necesidad de misterio del hombre moderno, que fue meritoriamente explicada por Karl Jung, lo cierto es que en esas historias, salvo honrosas excepciones, suele haber poca o ninguna literatura y mucha acción. Entrar hoy en una librería puede producir cierto rechazo ante la cansina avalancha de títulos de esa clase, que parecen reproducirse como un virus. No quiere esto decir que otro tipo de obras con auténtico contenido no conviva con esa moda, pero sí que la forma en que se sostiene la hegemonía de estas historias de evasión llega a causar alarma.
Puede que se trate de un fenómeno puramente mecánico cuyo origen haya que buscarlo en las simples leyes del mercado, pero no cabe duda de que para un sistema que se niega a dejarnos pensar, la literatura más indicada no es la que constituye un puente hacia la reflexión, ni la que despierta la conciencia, sino la de evasión, cuyo objeto es precisamente el contrario: Sumirnos en mundos imaginarios como lenitivo para escapar del mundo real. Por este procedimiento, el que se cree intelectual porque lee, recibe una dosis de distracción y de contrapensamiento a su propia medida.
Sin duda que los autores que cultivan ese tipo de historias merecen el mayor respeto, lo mismo que sus obras y sus lectores, y sin duda que este texto no es una propuesta puritana para leer sólo concienzudos tratados cargados de razones. Me refiero una vez más al fenómeno global como síntoma de una mala deriva de la sociedad.
FILOSOFIA VACIA
Ni siquiera la Filosofía parece escapar a esta orgía de las formas sin contenido. Esto puede parecer un contrasentido, puesto que la filosofía es todo contenido y aparentemente nada de forma, pero según los entendidos, toda la filosofía moderna, agrupada en torno a lo que llaman postmodernismo, responde al notable rasgo común de no contener nada excepto aire, en el mejor de los casos.
Puede que se trate de un fenómeno puramente mecánico cuyo origen haya que buscarlo en las simples leyes del mercado, pero no cabe duda de que para un sistema que se niega a dejarnos pensar, la literatura más indicada no es la que constituye un puente hacia la reflexión, ni la que despierta la conciencia, sino la de evasión, cuyo objeto es precisamente el contrario: Sumirnos en mundos imaginarios como lenitivo para escapar del mundo real. Por este procedimiento, el que se cree intelectual porque lee, recibe una dosis de distracción y de contrapensamiento a su propia medida.
Sin duda que los autores que cultivan ese tipo de historias merecen el mayor respeto, lo mismo que sus obras y sus lectores, y sin duda que este texto no es una propuesta puritana para leer sólo concienzudos tratados cargados de razones. Me refiero una vez más al fenómeno global como síntoma de una mala deriva de la sociedad.
FILOSOFIA VACIA
Ni siquiera la Filosofía parece escapar a esta orgía de las formas sin contenido. Esto puede parecer un contrasentido, puesto que la filosofía es todo contenido y aparentemente nada de forma, pero según los entendidos, toda la filosofía moderna, agrupada en torno a lo que llaman postmodernismo, responde al notable rasgo común de no contener nada excepto aire, en el mejor de los casos.

Imagino que, una vez más, se trata de una solución preventiva ideada por el sistema para suplantar a la Filosofía auténtica, cuyo análisis agudo de la realidad puede no convenir.
Un ejemplo. En los últimos tiempos se abre paso un fenómeno llamado movimiento queer, un modo de pensamiento que se pretende extremadamente avanzado y que se basa en la idea de que la distinción entre sexos no es más que un convencionalismo cultural, y de que los humanos no nacemos machos o hembras, ya que esas diferencias son elaboraciones creadas por el lenguaje. En consecuencia, ciertas mujeres queer se extirpan parte del vello púbico que después se implantan en la cara en forma de bigote, pretendiendo alcanzar con esto nuestra auténtica naturaleza de andróginos.
No es cierta la impresión inicial de que la Filosofía sea todo contenido y carezca de forma. La forma de la Filosofía son las palabras. El discurso queer se disfraza de culto mediante la creación de sobreabundancia de términos compuestos y nuevos, tales como deconstrucción, fenómeno performativo, metacuerpo etc. Un artista/activista autodefinido como postgay propone en una revista queer, como iniciativa de activismo relevante, caminar desnudo por las calles equipado con un arnés en el que hay instaladas pequeñas cámaras de vídeo que enfocan sus genitales y un sistema que proyecta esta imagen en edificios institucionales, como iglesias o sedes del gobierno. El objeto de la proyección es lo que el interesado llama microdanza genital. Es tan curiosa la tímida sugerencia antisistema que se dibuja en la propuesta, como ilusoria la pretensión de que la proyección de unos testículos en la fachada de la catedral pueda causar daño al orden establecido.
Un ejemplo. En los últimos tiempos se abre paso un fenómeno llamado movimiento queer, un modo de pensamiento que se pretende extremadamente avanzado y que se basa en la idea de que la distinción entre sexos no es más que un convencionalismo cultural, y de que los humanos no nacemos machos o hembras, ya que esas diferencias son elaboraciones creadas por el lenguaje. En consecuencia, ciertas mujeres queer se extirpan parte del vello púbico que después se implantan en la cara en forma de bigote, pretendiendo alcanzar con esto nuestra auténtica naturaleza de andróginos.
No es cierta la impresión inicial de que la Filosofía sea todo contenido y carezca de forma. La forma de la Filosofía son las palabras. El discurso queer se disfraza de culto mediante la creación de sobreabundancia de términos compuestos y nuevos, tales como deconstrucción, fenómeno performativo, metacuerpo etc. Un artista/activista autodefinido como postgay propone en una revista queer, como iniciativa de activismo relevante, caminar desnudo por las calles equipado con un arnés en el que hay instaladas pequeñas cámaras de vídeo que enfocan sus genitales y un sistema que proyecta esta imagen en edificios institucionales, como iglesias o sedes del gobierno. El objeto de la proyección es lo que el interesado llama microdanza genital. Es tan curiosa la tímida sugerencia antisistema que se dibuja en la propuesta, como ilusoria la pretensión de que la proyección de unos testículos en la fachada de la catedral pueda causar daño al orden establecido.
Dejemos al margen la calificación que pudiera darse a este discurso. Lo importante no es que alguien, a título individual, decida pensar de esa forma, sino que ese alguien tiende a
llevarse con él, como el flautista de Hamelin, a una parte de lo que al principio llamé las capas ilustradas de la sociedad. ¿Y a dónde? A ninguna parte, esto es lo que desea el sistema, los fondos de saco intelectuales. Ya situados en ese limbo, los interesados, mientras reflexionan muy en serio sobre la posibilidad de un injerto de vello púbico o sobre la forma más adecuada de exponer su pene en la fachada del Ayuntamiento, dejarán de prestar atención a la injusticia social, a la ausencia de libertad individual o a la agonía del planeta. No deja de ser curioso que esas propuestas se formulen precisamente en nombre de la rebeldía y del cambio. El fenómeno, bajo mi punto de vista, es una maniobra para desactivar la rebeldía y las propuestas constructivas de cambio. La membrana de las células es grasa. Si ingerimos grasas de calidad, con el adecuado equilibrio entre omega 3, 6 y 9, la membrana se mantendrá sana y cumplirá su función. Si, por el contrario, tomamos grasas trans o grasas animales infectadas de pesticidas, seguiremos teniendo membrana celular, pero será una membrana enferma que no impermeabilizará correctamente la célula frente a los tóxicos que proceden del exterior ni cumplirá su trabajo de transmisor de impulsos nerviosos. |
Estos movimientos funcionan igual: Ocupan el lugar de la auténtica Filosofía y le impiden cumplir su función natural de estudio de la realidad y búsqueda de soluciones creativas.
He dicho al principio que somos esclavos y no lo vemos. Para el movimiento queer, si no lo he entendido mal, es mucho más importante el hecho de que somos andróginos y no lo vemos. Ellos prefieren que seamos andróginos esclavos ¿A quién beneficia esto?
He dicho al principio que somos esclavos y no lo vemos. Para el movimiento queer, si no lo he entendido mal, es mucho más importante el hecho de que somos andróginos y no lo vemos. Ellos prefieren que seamos andróginos esclavos ¿A quién beneficia esto?
EN BUSCA DEL VACIO
Creo que vais advirtiendo de qué va la cosa. La cosa va de la búsqueda del vacío. El sistema nos proporciona un palacio inmenso e inagotable de formas sin contenido y a eso lo llama cultura. He visto y oído en Youtube la intervención pública de una líder queer bigotuda que resultó ser un discurso repleto de palabras nuevas pero espantosamente carente de contenido. A esa comarca, la nada, es a donde el sistema le gusta llevarnos, y por supuesto que corremos tras ese flautista de Hamelin creyendo que agitamos la bandera de la progresía, la rebeldía social, la crítica contra el sistema y la esperanza de cambio, en parte porque necesitamos halagar nuestra propia autoestima recordándonos que somos intelectuales y diferentes. Todo está bien pensado y estructurado para que nada cambie.
Como veis, el sistema tiene una solución para cada problema. A fin de que los incultos no piensen, esparce incultura a través de la televisión. A fin de que no piensen los cultos, brinda un catálogo completo de formas culturales huecas cuyo propósito es que los interesados se entretengan en roerlas como hace un perro con un hueso. A fin de que los que se pretenden rebeldes pierdan el tiempo, pone a su disposición movimientos que se pretenden anti cuya función es en realidad disimuladamente pro.
Creo que vais advirtiendo de qué va la cosa. La cosa va de la búsqueda del vacío. El sistema nos proporciona un palacio inmenso e inagotable de formas sin contenido y a eso lo llama cultura. He visto y oído en Youtube la intervención pública de una líder queer bigotuda que resultó ser un discurso repleto de palabras nuevas pero espantosamente carente de contenido. A esa comarca, la nada, es a donde el sistema le gusta llevarnos, y por supuesto que corremos tras ese flautista de Hamelin creyendo que agitamos la bandera de la progresía, la rebeldía social, la crítica contra el sistema y la esperanza de cambio, en parte porque necesitamos halagar nuestra propia autoestima recordándonos que somos intelectuales y diferentes. Todo está bien pensado y estructurado para que nada cambie.
Como veis, el sistema tiene una solución para cada problema. A fin de que los incultos no piensen, esparce incultura a través de la televisión. A fin de que no piensen los cultos, brinda un catálogo completo de formas culturales huecas cuyo propósito es que los interesados se entretengan en roerlas como hace un perro con un hueso. A fin de que los que se pretenden rebeldes pierdan el tiempo, pone a su disposición movimientos que se pretenden anti cuya función es en realidad disimuladamente pro.
CENSURA POR MEDIOS INDIRECTOS
¿Más? Ahí va un secreto proveniente del mundo del cine. Esta industria actúa como fortísimo elemento de convicción y propaganda de los valores del sistema. Pero de la misma forma que las emisoras de radio y televisión y los periódicos son propiedad de grupos económicos que forman un todo con el sistema, el cine lo hacen empresas de producción que a veces pueden ser pequeñas. Existe una total desproporción entre el modesto tamaño de una productora de provincias y la potencial magnitud del mensaje que pueden hacer llegar al mundo mediante la puesta en circulación de una película.
¿Cómo controlarlas? ¿Cómo impedir que una pequeña productora ponga en los cines ideas inconvenientes? En Europa todo o casi todo el cine es subvencionado, y con esto creo que doy una pista importante. Pero las cosas cambian continuamente. Resulta que los equipos de producción han bajado tanto de precio que de pronto un grupo de amigos puede hacer una película o un documental por un importe moderado y sin subvención.
¿Cómo podemos controlar este posible tornillo suelto en el discurso del sistema? Al menos sé cómo funciona en España. Las televisiones pagan bien las llamadas preventas, o ventas sobre proyecto, lo que significa que previamente deberán estudiar a conciencia, entre otras cosas, el guión. Tomad nota: Con la preventa no se compra una película, solo papel. En cambio, esas mismas televisiones pagan un importe como diez veces menor si una productora les presenta no un proyecto, sino la película ya hecha.
¿No parece paradójico? Y lo es, pero es además muy lógico. El sistema, que no tolera fisuras, exige un control previo de las ideas que se van a poner en circulación con una película. Los jóvenes alocados que se esfuerzan al límite con el dinero de la abuela y emplean un garaje como plató, podrán terminar su obra, incluso con suerte podrán kinescopiarla, pero muy difícilmente podrán venderla a una televisión. Y en cuanto a la exhibición en salas, imposible de raíz: Se requiere trabajar con una distribuidora. La mayoría son norteamericanas, favorecen escandalosamente el cine de su país y rehúsan trabajar con aficionados.
Hablo por experiencia propia. No sólo por haber conseguido producir tres películas con subvención y preventa y haber renunciado a poner en marcha proyectos baratos y buenos pero invendibles, sino por haber sufrido direc- tamente la censura. En 1999 vendí a una televisión pública, sobre proyecto, una serie documental sobre pesca de bajura. Constaba de diez episodios, cada uno dedicado a una modalidad de pesca, pero el último hablaba de la contaminación del mar. Desde aquella televisión pública, cuya función es ser- vir a la sociedad con objetividad (lo dice la Constitución), me dijeron que ese capitulo era innecesario y lo suprimieron (con esto el producto quedó raro: nunca he conocido una serie documental de nueve episodios). Sólo me deja- ron hacer y exhibieron la parte color de rosa. La que mostraba o pretendía mostrar eso que ahora se llama una realidad incómoda no llegó ni a filmarse. Ellos no quieren que sepamos.
¿Más? Ahí va un secreto proveniente del mundo del cine. Esta industria actúa como fortísimo elemento de convicción y propaganda de los valores del sistema. Pero de la misma forma que las emisoras de radio y televisión y los periódicos son propiedad de grupos económicos que forman un todo con el sistema, el cine lo hacen empresas de producción que a veces pueden ser pequeñas. Existe una total desproporción entre el modesto tamaño de una productora de provincias y la potencial magnitud del mensaje que pueden hacer llegar al mundo mediante la puesta en circulación de una película.
¿Cómo controlarlas? ¿Cómo impedir que una pequeña productora ponga en los cines ideas inconvenientes? En Europa todo o casi todo el cine es subvencionado, y con esto creo que doy una pista importante. Pero las cosas cambian continuamente. Resulta que los equipos de producción han bajado tanto de precio que de pronto un grupo de amigos puede hacer una película o un documental por un importe moderado y sin subvención.
¿Cómo podemos controlar este posible tornillo suelto en el discurso del sistema? Al menos sé cómo funciona en España. Las televisiones pagan bien las llamadas preventas, o ventas sobre proyecto, lo que significa que previamente deberán estudiar a conciencia, entre otras cosas, el guión. Tomad nota: Con la preventa no se compra una película, solo papel. En cambio, esas mismas televisiones pagan un importe como diez veces menor si una productora les presenta no un proyecto, sino la película ya hecha.
¿No parece paradójico? Y lo es, pero es además muy lógico. El sistema, que no tolera fisuras, exige un control previo de las ideas que se van a poner en circulación con una película. Los jóvenes alocados que se esfuerzan al límite con el dinero de la abuela y emplean un garaje como plató, podrán terminar su obra, incluso con suerte podrán kinescopiarla, pero muy difícilmente podrán venderla a una televisión. Y en cuanto a la exhibición en salas, imposible de raíz: Se requiere trabajar con una distribuidora. La mayoría son norteamericanas, favorecen escandalosamente el cine de su país y rehúsan trabajar con aficionados.
Hablo por experiencia propia. No sólo por haber conseguido producir tres películas con subvención y preventa y haber renunciado a poner en marcha proyectos baratos y buenos pero invendibles, sino por haber sufrido direc- tamente la censura. En 1999 vendí a una televisión pública, sobre proyecto, una serie documental sobre pesca de bajura. Constaba de diez episodios, cada uno dedicado a una modalidad de pesca, pero el último hablaba de la contaminación del mar. Desde aquella televisión pública, cuya función es ser- vir a la sociedad con objetividad (lo dice la Constitución), me dijeron que ese capitulo era innecesario y lo suprimieron (con esto el producto quedó raro: nunca he conocido una serie documental de nueve episodios). Sólo me deja- ron hacer y exhibieron la parte color de rosa. La que mostraba o pretendía mostrar eso que ahora se llama una realidad incómoda no llegó ni a filmarse. Ellos no quieren que sepamos.
"Que la sociedad haya dejado de proponer modelos de conducta de forma consciente, no implica que esos modelos no existan."
"Al sistema no le interesa una sociedad integrada y cohesionada en la que los valores de esfuerzo personal y otros semejantes se fomenten como modelos de comportamiento."
"Entretenimiento y distracción para todos, sean cultos o incultos."
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REFERENTES Y MODELOS
Toda sociedad estructurada comparte unos valores y sobre todo unos modelos de conducta. Estos modelos suelen estar concentrados en determinadas personas que la sociedad considera relevantes o, con aquella anticuada expresión, ejemplares. En la sociedad primitiva esa función de modelo social suele estar encarnada en el héroe legendario. En las dictaduras se nos suele poner como ejemplo a uno o dos generales. En el ámbito religioso, a uno o dos santos. La educación se basa en la proposición de referentes y modelos. Hay una forma de educar perfectamente pasiva, que no necesita ni atención ni palabras. Consiste en la conducta que mostramos. Es así cómo los niños van aprendiendo cuál es el modo correcto de comportarse, simplemente observando. En una sociedad democrática, libre y culta pareciera que se nos deberían de proponer modelos asociados a valores comúnmente aceptados, como el esfuerzo personal, la generosidad o el amor al saber. Sin embargo no es exactamente así. El valor principal de nuestra sociedad parece ser la libertad. Esto significa que cada uno tiene a su disposición todos los posibles modos de ser, creer y actuar, excepto los que dañen a otros. Cuanto más libre es una sociedad y más respeta las opciones ajenas, más relaja la proposición de pautas de comportamiento determinadas. De hecho, esas propuestas, por pura definición, llevan encerrada una determinada visión del mundo y pueden coartar la libertad individual. Si yo establezco como cierto que el amor al saber es el modo correcto de estar en el mundo, con ello podría estar limitando la liber- tad de elección de los que prefieren saber sólo lo imprescindible o de quienes creen que estudiar es un tostón ¿Por qué nadie ha de imponer a nadie, aunque sólo sea indirectamente, como propuesta de modelos, una determinada forma de vivir su vida? |
Cuando el único valor que se propone como común es la autonomía personal, se están dando pocas pistas concretas de cómo comportarse. Y los jóvenes necesitan estas pistas. No proporcionárselas les produce desorientación, pero eso no es todo. Que la sociedad haya dejado de proponer modelos de conducta de forma consciente, no implica que esos modelos no existan. Lo que sucede es que surgen por vías aparentemente espontáneas, incluso involuntarias, a través de los medios de comunicación. Imaginémonos asistiendo a una conferencia. De forma más o menos consciente, percibimos superioridad en el conferenciante y autoridad en sus palabras. Con la televisión sucede lo mismo. Cada actitud que llega a nosotros a través de ese medio, encierra el peligro de transformarse en un modelo.
Como quiera que casi lo único que podemos ver en la mayoría de las televisiones es una programación de dudoso interés público a quienes muchos llaman telebasura, ese contenido se transforma por un proceso puramente mecánico en modelo de conducta. La consecuencia son tantas chicas que proclaman que de mayor quieren ser no médicos ni jueces, sino simplemente famosas y tantos jóvenes que rechazan el esfuerzo como una pérdida de tiempo. Estas personas sufren una alteración grave de los valores que habitualmente se tienen por normales. Mediante la interposición de esos falsos modelos, se les ha privado de saber, entre otras cosas, que a través de la constancia y el sacrificio personal podrán alcanzar cualquier meta. Se está poniendo así la semilla de una frustración que podría durar toda una vida y no hay forma de evitarlo mientras esta programación continúe ocupando tantas horas en las parrillas.
Pero esto no es mal visto por el sistema. Si fuera así, se corregiría. Al sistema no le interesa una sociedad integrada y cohesionada en la que los valores de esfuerzo personal y otros semejantes se fomenten como modelos de comportamiento. Le interesa una sociedad desarticulada que haya perdido el norte, en la que las únicas referencias son las que ellos quieran proponernos para que no dejemos de consumir y de mantenerlos.
Como quiera que casi lo único que podemos ver en la mayoría de las televisiones es una programación de dudoso interés público a quienes muchos llaman telebasura, ese contenido se transforma por un proceso puramente mecánico en modelo de conducta. La consecuencia son tantas chicas que proclaman que de mayor quieren ser no médicos ni jueces, sino simplemente famosas y tantos jóvenes que rechazan el esfuerzo como una pérdida de tiempo. Estas personas sufren una alteración grave de los valores que habitualmente se tienen por normales. Mediante la interposición de esos falsos modelos, se les ha privado de saber, entre otras cosas, que a través de la constancia y el sacrificio personal podrán alcanzar cualquier meta. Se está poniendo así la semilla de una frustración que podría durar toda una vida y no hay forma de evitarlo mientras esta programación continúe ocupando tantas horas en las parrillas.
Pero esto no es mal visto por el sistema. Si fuera así, se corregiría. Al sistema no le interesa una sociedad integrada y cohesionada en la que los valores de esfuerzo personal y otros semejantes se fomenten como modelos de comportamiento. Le interesa una sociedad desarticulada que haya perdido el norte, en la que las únicas referencias son las que ellos quieran proponernos para que no dejemos de consumir y de mantenerlos.
TELEBASURA Y ESPECTRO RADIOELÉCTRICO
No pienso dedicar un minuto a lamentarme de la telebasura, aunque me gustaría proponer dos análisis rápidos.
El primero se refiere a toda una exhibición del sistema en su capacidad de distraernos de las cuestiones que importan. Y de nuevo la distinción entre las capas más y menos informadas de la sociedad. Las primeras pierden el tiempo viendo telebasura y después conversando sobre sus contenidos. Pero las segundas no quedan a salvo porque a menudo la telebasura es también objeto de sus conversaciones. Para criticarla, sin duda, pero esto es indiferente, pues lo que cuenta es que le están dedicando ese valioso binomio de energía y tiempo que deberían consagrar a otros fines.
No pienso dedicar un minuto a lamentarme de la telebasura, aunque me gustaría proponer dos análisis rápidos.
El primero se refiere a toda una exhibición del sistema en su capacidad de distraernos de las cuestiones que importan. Y de nuevo la distinción entre las capas más y menos informadas de la sociedad. Las primeras pierden el tiempo viendo telebasura y después conversando sobre sus contenidos. Pero las segundas no quedan a salvo porque a menudo la telebasura es también objeto de sus conversaciones. Para criticarla, sin duda, pero esto es indiferente, pues lo que cuenta es que le están dedicando ese valioso binomio de energía y tiempo que deberían consagrar a otros fines.

Y mientras hacen eso, los intelectuales informados, al mismo tiempo que halagan su propia vanidad, permanecen embarrancados y no se mueven. No avanzan ni hacia el análisis de la situación ni mucho menos hacia las soluciones. Ese tipo de conversaciones les permite un desahogo útil sólo para sus egos pero inútil para la sociedad. Cada uno de los que se conducen de esa manera es una víctima más de un sistema que por todos los medios pretende impedir el pensamiento creativo y la búsqueda de alternativas. Entretenimiento y distracción para todos, sean cultos o incultos.
El segundo análisis: He presenciado algún que otro debate aislado sobre la telebasura. Sus partidarios alzan el pendón del derecho al entretenimiento y se escudan en las preferencias de la audiencia, que día a día es como un plebiscito que legitimara ese tipo de contenidos. Por supuesto que la libertad de empresa también cuenta, y los defensores insisten en que el Estado no debe impedir que estos empresarios decidan su propia programación. Atención a este tipo de apelativos a la libertad que vienen de los poderosos. Bien dice el dicho jurídico que entre el fuerte y el débil, entre el pobre y el rico, la libertad esclaviza y la ley libera. La ley contrabalancea el desequilibrio dado. La ley es un instrumento de los débiles. Quienes prefieren dejarlo todo a la libertad y al mercado son los poderosos, cuyo ideal oculto es el llamado darwi nismo social ideado en el siglo XIX por Herbert Spencer, una ideología ultraliberal que propone algo tan inhumano como que la selección natural definida y divulgada por Darwin debe aplicarse intacta a las relaciones sociales.
En cualquier caso, esos análisis son pura tramoya vacía. Por alguna razón bien extraña -o quizá no- , ninguno de los expertos a los que he oído o leído se fija en el hecho principal y más importante con diferencia, como si los árboles les impidieran ver el frondoso bosque. Y ese hecho tan importante es que las emisoras de televisión usan el espectro radioeléctrico, y el espectro radioeléctrico es dominio público, lo que significa que pertenece a todos y lo regula el Estado.
Son dominio público, además del espectro, los ríos, las calles, las plazas, los puertos, el mar territorial, el lecho y el subsuelo marino y las playas. El Estado nunca permitiría un uso indebido, por ejemplo, de las playas, tolerando que en ellas se levantaran casinos de juego o casas de prostitución, ni los alcaldes dejarían construir residencias privadas en las plazas de los pueblos. De hecho, no sólo los usos en este dominio público están muy restringidos, sino que los permitidos vienen sujetos a unos pliegos de condiciones muy exigentes que marcan lo que se puede y no se puede hacer.
Sin embargo, el Estado, que cede temporalmente en concesión el espectro a ciertos grupos privados, no es capaz de mantener en este campo los mismos criterios de rigor y sobre todo de atención a los intereses generales. Esto resulta de lo más revelador. La televisión debía ser un instrumento de educación y fomento de los ideales de la sociedad y en cambio se está empleando, bajo pretexto de entretener, para su envilecimiento. Y por más privadas que sean estas empresas, están dando lugar a ese envilecimiento no mediante el mal uso de la libertad de empresa, sino mediante el mal uso del dominio público. De hecho, las empresas de televisión no son nada sin el dominio público. Su único objeto es explotarlo comercialmente.
¿Por qué el Estado no interviene? ¿Por qué no se imponen a estos empresarios unos pliegos de condiciones más exigentes en cuanto al contenido de la programación? No conozco ni me importa el marco legal vigente y las limitaciones que pueda establecer la ley para estas condiciones. No me preocupa que alguien pueda responder a esta pregunta con una alusión al decreto tal o la ley cual. Estoy hablando del deber ser y la realidad es que las televisiones están contribuyendo de forma extraordinariamente eficaz al entontecimiento de la sociedad mediante el uso de un bien que pertenece a esa misma sociedad y debería ser controlado por ella.
¿Os dais cuenta de cómo nos presentan esos falsos debates, esa falsa libertad, esa falsa discrepancia? Ellos escenifican discusiones sobre la televisión, pero las auténticas claves las dejan al margen. Así nos proporcionan la ilusión de que hay libertad, de que la nuestra es una sociedad en la que nada viene impuesto y en la que todo se puede discutir. Están esparciendo, como en la novela de Stanislaw Lem, el gas del engaño que perturba los sentidos y nubla la inteligencia.
Todo es mentira. El Estado ya no representa ni sirve a la sociedad, sino a los grandísimos grupos económicos. Lo tenemos delante y no lo vemos. Sólo necesitamos abrir los ojos.
El segundo análisis: He presenciado algún que otro debate aislado sobre la telebasura. Sus partidarios alzan el pendón del derecho al entretenimiento y se escudan en las preferencias de la audiencia, que día a día es como un plebiscito que legitimara ese tipo de contenidos. Por supuesto que la libertad de empresa también cuenta, y los defensores insisten en que el Estado no debe impedir que estos empresarios decidan su propia programación. Atención a este tipo de apelativos a la libertad que vienen de los poderosos. Bien dice el dicho jurídico que entre el fuerte y el débil, entre el pobre y el rico, la libertad esclaviza y la ley libera. La ley contrabalancea el desequilibrio dado. La ley es un instrumento de los débiles. Quienes prefieren dejarlo todo a la libertad y al mercado son los poderosos, cuyo ideal oculto es el llamado darwi nismo social ideado en el siglo XIX por Herbert Spencer, una ideología ultraliberal que propone algo tan inhumano como que la selección natural definida y divulgada por Darwin debe aplicarse intacta a las relaciones sociales.
En cualquier caso, esos análisis son pura tramoya vacía. Por alguna razón bien extraña -o quizá no- , ninguno de los expertos a los que he oído o leído se fija en el hecho principal y más importante con diferencia, como si los árboles les impidieran ver el frondoso bosque. Y ese hecho tan importante es que las emisoras de televisión usan el espectro radioeléctrico, y el espectro radioeléctrico es dominio público, lo que significa que pertenece a todos y lo regula el Estado.
Son dominio público, además del espectro, los ríos, las calles, las plazas, los puertos, el mar territorial, el lecho y el subsuelo marino y las playas. El Estado nunca permitiría un uso indebido, por ejemplo, de las playas, tolerando que en ellas se levantaran casinos de juego o casas de prostitución, ni los alcaldes dejarían construir residencias privadas en las plazas de los pueblos. De hecho, no sólo los usos en este dominio público están muy restringidos, sino que los permitidos vienen sujetos a unos pliegos de condiciones muy exigentes que marcan lo que se puede y no se puede hacer.
Sin embargo, el Estado, que cede temporalmente en concesión el espectro a ciertos grupos privados, no es capaz de mantener en este campo los mismos criterios de rigor y sobre todo de atención a los intereses generales. Esto resulta de lo más revelador. La televisión debía ser un instrumento de educación y fomento de los ideales de la sociedad y en cambio se está empleando, bajo pretexto de entretener, para su envilecimiento. Y por más privadas que sean estas empresas, están dando lugar a ese envilecimiento no mediante el mal uso de la libertad de empresa, sino mediante el mal uso del dominio público. De hecho, las empresas de televisión no son nada sin el dominio público. Su único objeto es explotarlo comercialmente.
¿Por qué el Estado no interviene? ¿Por qué no se imponen a estos empresarios unos pliegos de condiciones más exigentes en cuanto al contenido de la programación? No conozco ni me importa el marco legal vigente y las limitaciones que pueda establecer la ley para estas condiciones. No me preocupa que alguien pueda responder a esta pregunta con una alusión al decreto tal o la ley cual. Estoy hablando del deber ser y la realidad es que las televisiones están contribuyendo de forma extraordinariamente eficaz al entontecimiento de la sociedad mediante el uso de un bien que pertenece a esa misma sociedad y debería ser controlado por ella.
¿Os dais cuenta de cómo nos presentan esos falsos debates, esa falsa libertad, esa falsa discrepancia? Ellos escenifican discusiones sobre la televisión, pero las auténticas claves las dejan al margen. Así nos proporcionan la ilusión de que hay libertad, de que la nuestra es una sociedad en la que nada viene impuesto y en la que todo se puede discutir. Están esparciendo, como en la novela de Stanislaw Lem, el gas del engaño que perturba los sentidos y nubla la inteligencia.
Todo es mentira. El Estado ya no representa ni sirve a la sociedad, sino a los grandísimos grupos económicos. Lo tenemos delante y no lo vemos. Sólo necesitamos abrir los ojos.
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