por Tete Llorens
En medio de tantos casos de corrupción, irregularidades, atentados contra la libertad y los derechos humanos, desastres naturales, guerras cada vez más incomprensibles para la mayoría, descaro egoista en lo político, crisis financieras, situaciones límite, y en resumen, un horizonte más que desesperanzador para la sociedad mundial, son cada vez más recurrentes las conversaciones en las que la reflexión de nuestra situación actual y los posibles rumbos que nos aguardan están presentes.
El análisis de la situación global ha pasado de estar confinada a ámbitos cerrados para extenderse en todo el espectro social. Desde una aula en Oxford, a un mercado de un barrio obrero, podemos encontrar muchos factores comunes en las reflexiones, o quizá deliberaciones de las personas. Parece respirarse un ambiente en el que se preveen situaciones desconocidas que nos obligan a plantearnos cuestiones que hasta hace bien poco la mayoría sólamente, y en el mejor de los casos, únicamente tenian presencia en momentos puntuales, la mayoría de ellos casi oníricos, para ahora formar parte de nuestro esquema mental diario.
De repente, nos encontramos frente a personas con las que sólo hablábamos de cine, lo que hicimos el pasado fin de semana, futbol y los cuchicheos banales de siempre, ahora hablando sobre cuestiones que antes relegábamos a las élites intelectuales, como nuestros orígenes y el destino que está tomando la humanidad, de física cuántica y la teoría de cuerdas, el yo egoista como centro de nuestra destrucción y la necesidad de una nueva forma de vida.
En este proceso, inevitable y lógicamente aparece un momento de saturación, pasamos de muchos años hablando ligeramente sin necesidad de exprimir nuestro cerebro y sin opiniones que requieran nuestra involucración vital, a enfrentarnos a cuestiones que nos superan, debido a nuestra falta de costumbre, y al igual que un músculo, aquello que no se ha ejercitado, se atrofia, y el salto que supone superar el precipicio entre la vacuidad y banalidad pasada y la reflexión existencial es demasiado grande para realizarlo sin preparase antes, o sin utilizar una buena pértiga que nos permita llegar al otro lado sin caer al abismo.
En este proceso, inevitable y lógicamente aparece un momento de saturación, pasamos de muchos años hablando ligeramente sin necesidad de exprimir nuestro cerebro y sin opiniones que requieran nuestra involucración vital, a enfrentarnos a cuestiones que nos superan, debido a nuestra falta de costumbre, y al igual que un músculo, aquello que no se ha ejercitado, se atrofia, y el salto que supone superar el precipicio entre la vacuidad y banalidad pasada y la reflexión existencial es demasiado grande para realizarlo sin preparase antes, o sin utilizar una buena pértiga que nos permita llegar al otro lado sin caer al abismo.
Y es en ese punto dónde el resultadismo se convierte en la principal barrera y el mayor obstáculo para nuestro progreso y evolución, como individuos y como conjunto. Hemos sido educados en una sociedad de resultados, de éxitos, de metas, de consecuciones, de búsqueda de objetivos de forma inmediata, de rentabilidad, de egoismo legitimizado si ello conlleva logro personal, y de abandonamiento de ideas, decisiones y convicciones si estas no nos proporcionan un resultado visible a corto o medio plazo, y en su gran mayoria, de logros materiales, directa o indirectamente. Ello nos ha familiarizado con la idea general implantada de que aquello que no nos aporta beneficio de una forma visible, clara y material, es inútil.
Es por ello, que en los momentos actuales, cuándo alguien se plantea cuestiones más profundas, y se enfrenta a dilemas en los que los obstáculos a superar para lograr un objetivo son muchos y difíciles acaba resignándose opinando firmemente que es inútil alegando que no se conseguirá nada. De hecho, como decía antes, es lógico, pues querer saltar un gran precipicio cuando íbamos caminando tranquilamente y de repente nos encontramos en el filo, es caída al vacio segura. Para ello es necesario observar la distancia, retroceder terreno, y preparase para el gran salto. Más allá de la metáfora, a nivel social y global, cuándo nos encontramos frente a una situación en la que tenemos una posición clara, contrária a la actual, debemos aferrarnos a nuestra creencia y sentimiento honesto, independientemente de las dificultades que existan y las posibilidades de “éxito”, entendiendo entonces que nuestro éxito es esa posición honesta y firme y nuestra convicción de mantenerla sin preocuparnos por los resultados. Es importante comprender que si creemos en la necesidad de un cambio frente a una irregularidad del aspecto que sea, y el hecho de analizar la situación y no ver posibilidad de victoria nos hace abandonar nuestra convicción y resignarnos, al fin y al cabo estamos corroborando que nuestra convicción, más allá de ser honesta, es egoísta ya que nosotros estamos por encima de la verdad que sentimos en nuestro interior, reforzando al fin y al cabo aquello que críticabamos y creíamos necesario cambiar.
La cada vez más común preocupación en todos los rincones sobre nuestra situación existencial, como especie, como sociedad, y como individuos, provoca el incremento de conversaciones que nos obligan a posicionarnos, pero a la vez, nuestra falta de ejercitamiento y costumbre, hacen que después de crear en nuestro interior una posición honesta frente a situaciones que creemos y sentimos intolerables, nos rindamos al resultadismo al observar que no es un camino fácil, y mucho más común considerarlo una utopía, palabra que ya empieza a estigmatizar a todo aquel que no se rinde frente a este muro tan difícil de superar. Mientras prioricemos los resultados a la honestidad, mientras seamos capaces de destruir aquello que se ha creado en nuestro interior por convicción personal y libre, por no ver una rentabilidad en su defensa, no habrá progreso posible, tanto a nivel individual como global. Desde pequeños nos han dicho que lo importante es participar, pero parace ser que a la práctica en la vida, esa máxima es una farsa más. Tengamos claro el juego que queremos jugar, de manera honesta y desinteresada, y no nos preocupemos por el resultado, hagámoslo lo mejor que podamos sin la presión de la victoria o la derrota y lo demás será secundario, si nos liberamos del peso del resultadismo, ya habremos ganado sin necesidad de conocer el resultado.
No se puede pretender ser ganador antes de la salida, y aún menos cuando la carrera ha sido amañada concienzudamente, pero si creemos en nuestro sentimiento de a dónde queremos llegar, y corremos sólamente motivados por nuestra convicción interna, habremos llegado a la meta nada más salir.
Eduardo Galeano fue de invitado al programa del canal 33 “ Singulars “ de Jaume Barberà , y explico una breve anécdota:
“Mi amigo, el director de cine Fernando Birri, en una charla a estudiantes en Cartagena de Indias se enfrentó a la pregunta: ¿Para que sirve la utopía? Y contestó: La utopía está en el horizonte, se que quizá no llegue nunca, cuando doy diez pasos, la utopía se aleja diez pasos. ¿Y entonces para que sirve? Pues bien, la utopía sirve para caminar."