Por M Carmen Sanz
La reforma laboral ha entrado casi de puntillas. Conocida por los estamentos alemanes antes que por el Congreso y que evidentemente por el conjunto de la ciudadanía; expuesta por un presidente con un nulo nivel de liderazgo, arropado por un gobierno de tecnócratas surgido de unas elecciones con un nivel de abstención y de votos en blanco o nulos que fueron la autentica mayoría. En este paradigma de “democracia” este decreto ley viene a ser el colofón de un proceso de involución en el ámbito de los derechos laborales y humanos.
Resulta curioso ver la pasividad general ante tamaño despropósito. Aceptamos el sometimiento a estas “férreas leyes del mercado” porque supuestamente es el único camino. Así, sin debate, sin promesas de temporalidad… Los massmedia, defienden su innegable necesidad, sin importar el coste que pueda tener sobre todo en los más desfavorecidos y cada vez más desprotegidos. Y los sindicatos parecen despertar de su letargo institucional, al llamado de las clases medias que reclaman sus pequeñas parcelas de prebendas ahora perdidas. Después de haber perdido con su incapacidad o su descuido institucionalizado, su espacio como garantes de los derechos de los trabajadores.
Mientras, la población vive mayoritariamente en la inopia del miedo.
Sabemos que el poder político siempre ha estado en manos del poder económico y religioso, pero su actual descaro debería prevenirnos sobre el “futuro” que nos han planeado.
La reforma laboral ha entrado casi de puntillas. Conocida por los estamentos alemanes antes que por el Congreso y que evidentemente por el conjunto de la ciudadanía; expuesta por un presidente con un nulo nivel de liderazgo, arropado por un gobierno de tecnócratas surgido de unas elecciones con un nivel de abstención y de votos en blanco o nulos que fueron la autentica mayoría. En este paradigma de “democracia” este decreto ley viene a ser el colofón de un proceso de involución en el ámbito de los derechos laborales y humanos.
Resulta curioso ver la pasividad general ante tamaño despropósito. Aceptamos el sometimiento a estas “férreas leyes del mercado” porque supuestamente es el único camino. Así, sin debate, sin promesas de temporalidad… Los massmedia, defienden su innegable necesidad, sin importar el coste que pueda tener sobre todo en los más desfavorecidos y cada vez más desprotegidos. Y los sindicatos parecen despertar de su letargo institucional, al llamado de las clases medias que reclaman sus pequeñas parcelas de prebendas ahora perdidas. Después de haber perdido con su incapacidad o su descuido institucionalizado, su espacio como garantes de los derechos de los trabajadores.
Mientras, la población vive mayoritariamente en la inopia del miedo.
Sabemos que el poder político siempre ha estado en manos del poder económico y religioso, pero su actual descaro debería prevenirnos sobre el “futuro” que nos han planeado.
No es el momento de revoluciones violentas que acaban reproduciendo los mismos esquemas. Es tiempo de desobediencia civil, autogestión en sociedad, de devolver al trabajo su condición de transacción entre iguales..." " | Hay que tener claro que no estamos en una crisis económica, estamos en una crisis ética que está eliminando de un plumazo el resultado de siglos de lucha obrera y reivindicaciones tan antiguas o asumidas como los Derechos Humanos. Mientras estas cosas pasaban a “esos pobrecitos” que sobreviven con suerte en las zonas que etiquetamos como tercer mundo, nuestras conciencias penaban por ellos en la distancia, pero no nos sacudía las entrañas llevándonos a la acción. |
Ahora esa situación se nos hace más cercana y aunque compararnos con ellos sería un insulto a su sufrimiento, empezamos a entender que sólo éramos más libres, autónomos y respetados en apariencia y que nuestra democracia no dejaba de ser “maya” o “matrix”, un ardid engañoso.
Nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y les creemos…
Mienten.
Desde la revolución industrial, la proporción necesaria entre esfuerzo laboral y la producción ha sido inversamente proporcional; por lo tanto lo justo, lo sensato, hubiera sido una reducción de las horas de trabajo en aras de un enriquecimiento como personas que beneficiaría al conjunto de la sociedad, al potenciar las cualidades de sus miembros que podrían dedicarse al bien común. Y paralelamente un mayor equilibrio económico.
En lugar de esto, las desigualdades han ido creciendo, y en estos últimos años de manera escandalosa, de modo que un derecho básico como la vivienda se convierte en un lujo solo accesible si hipotecas tu vida y a veces incluso la de tus hijos.
Mientras el poder adquisitivo de cualquier trabajador caía en picado, se reproducían como virus nuevas clases de ricos: los arribistas, los corruptos, los ostentosos, los asquerosamente ricos… que se sumaban a las grandes familias que sabemos que controlan la economía y la sociedad mundial.
También nos acusan de que nuestras reivindicaciones de bienestar social han sido la raíz que ha desangrado el estado generando la necesidad de la deuda.
Por favor!
No sé como habrán sido las cosas en otros lugares, aunque no creo que las diferencias sean significativas, pero en este país llamado España, el bienestar social, lo han pagado con creces nuestros padres, trabajando duras jornadas para poder darnos una educación, un futuro y poder disfrutar de un mínimo de seguridad en su vejez. Mientras tanto las clases pudientes herederas del franquismo, no han sido obligadas a pagar impuestos o lo han hecho en una proporción vergonzosa, por miedo a su “fuga”. Que grandes personas!
En los últimos decenios, hemos visto como nuestros impuestos han financiado la instalación de grandes empresas, a las que más tarde financiamos su desmantelamiento, cargándonos mientras el esfuerzo del tejido empresarial de base ahogado por las imposiciones y la burocracia.
Las economías locales dejaron de recibir impuestos a cambio de una liberación del suelo que llevó a la locura del ladrillo, a la especulación infinita, a…
No señores. No ha sido nuestro estado del bienestar el responsable. Nosotros hemos pagado con creces y seguimos pagando, esos servicios que ahora pretendéis que repaguemos. Ha sido vuestro proteccionismo hacia los ricos, más la pésima gestión político-financiera la que nos llevó al estado de la deuda.
Y ahora nos arrebatáis nuestros derechos, porque los servicios sociales no son rentables (?)
Entonces qué es lo que financiamos con nuestros impuestos? A las grandes empresas, las jubilaciones blindadas de banqueros y estafadores, a una clase política corrupta, a una clase sindical dormida en la subvención…
Como dicen los compañeros de Occupy Wall Street, somos el 99% y podemos vivir sin ellos. La pregunta es si ellos pueden vivir sin nuestro trabajo. Qué pasaría si todo su dinero no pudiera pagar nuestro esfuerzo.
Deberíamos organizarnos para crear nuestro trabajo sin esperar a que nos lo den, y crear nuestro propio tejido social mediante la creación de redes y nodos de colaboración entre iguales en busca del bien común, que puedan crecer como embriones de cambio.
Ya no es una cuestión de clases, es una cuestión de conciencia. No es el momento de revoluciones violentas que acaban reproduciendo los mismos esquemas. Es tiempo de desobediencia civil, autogestión en sociedad, de devolver al trabajo su condición de transacción entre iguales, porque si lo dejamos ser una mercancía, el hombre pierde su valía y el “amo”, su derecho a ser llamado persona.
Nos dicen que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, y les creemos…
Mienten.
Desde la revolución industrial, la proporción necesaria entre esfuerzo laboral y la producción ha sido inversamente proporcional; por lo tanto lo justo, lo sensato, hubiera sido una reducción de las horas de trabajo en aras de un enriquecimiento como personas que beneficiaría al conjunto de la sociedad, al potenciar las cualidades de sus miembros que podrían dedicarse al bien común. Y paralelamente un mayor equilibrio económico.
En lugar de esto, las desigualdades han ido creciendo, y en estos últimos años de manera escandalosa, de modo que un derecho básico como la vivienda se convierte en un lujo solo accesible si hipotecas tu vida y a veces incluso la de tus hijos.
Mientras el poder adquisitivo de cualquier trabajador caía en picado, se reproducían como virus nuevas clases de ricos: los arribistas, los corruptos, los ostentosos, los asquerosamente ricos… que se sumaban a las grandes familias que sabemos que controlan la economía y la sociedad mundial.
También nos acusan de que nuestras reivindicaciones de bienestar social han sido la raíz que ha desangrado el estado generando la necesidad de la deuda.
Por favor!
No sé como habrán sido las cosas en otros lugares, aunque no creo que las diferencias sean significativas, pero en este país llamado España, el bienestar social, lo han pagado con creces nuestros padres, trabajando duras jornadas para poder darnos una educación, un futuro y poder disfrutar de un mínimo de seguridad en su vejez. Mientras tanto las clases pudientes herederas del franquismo, no han sido obligadas a pagar impuestos o lo han hecho en una proporción vergonzosa, por miedo a su “fuga”. Que grandes personas!
En los últimos decenios, hemos visto como nuestros impuestos han financiado la instalación de grandes empresas, a las que más tarde financiamos su desmantelamiento, cargándonos mientras el esfuerzo del tejido empresarial de base ahogado por las imposiciones y la burocracia.
Las economías locales dejaron de recibir impuestos a cambio de una liberación del suelo que llevó a la locura del ladrillo, a la especulación infinita, a…
No señores. No ha sido nuestro estado del bienestar el responsable. Nosotros hemos pagado con creces y seguimos pagando, esos servicios que ahora pretendéis que repaguemos. Ha sido vuestro proteccionismo hacia los ricos, más la pésima gestión político-financiera la que nos llevó al estado de la deuda.
Y ahora nos arrebatáis nuestros derechos, porque los servicios sociales no son rentables (?)
Entonces qué es lo que financiamos con nuestros impuestos? A las grandes empresas, las jubilaciones blindadas de banqueros y estafadores, a una clase política corrupta, a una clase sindical dormida en la subvención…
Como dicen los compañeros de Occupy Wall Street, somos el 99% y podemos vivir sin ellos. La pregunta es si ellos pueden vivir sin nuestro trabajo. Qué pasaría si todo su dinero no pudiera pagar nuestro esfuerzo.
Deberíamos organizarnos para crear nuestro trabajo sin esperar a que nos lo den, y crear nuestro propio tejido social mediante la creación de redes y nodos de colaboración entre iguales en busca del bien común, que puedan crecer como embriones de cambio.
Ya no es una cuestión de clases, es una cuestión de conciencia. No es el momento de revoluciones violentas que acaban reproduciendo los mismos esquemas. Es tiempo de desobediencia civil, autogestión en sociedad, de devolver al trabajo su condición de transacción entre iguales, porque si lo dejamos ser una mercancía, el hombre pierde su valía y el “amo”, su derecho a ser llamado persona.